jueves, 6 de octubre de 2022

Roe versus Wade:

Han pasado varios meses desde que la Corte Suprema de los Estados Unidos revertiera la histórica Sentencia del caso Roe versus Wade, por la que en 1973 quedó legalizado de facto el aborto en ese país. Y han tenido que pasar varios meses para contener de alguna manera la rabia que dicha decisión generó dentro de mi, para así poder enfrentarme con calma a la escritura de esta entrada.

Para poder entender la relevancia de dicha decisión, lo primero sería comprender como funciona el sistema legislativo y judicial en los Estados Unidos, tan diatralmente opuesto al nuestro. Mientras en la Europa continental tenemos un sistema judicial basado en lo que se conoce como Ius commune, o derecho común, resultado de la unión de las instituciones y normas del derecho romano con el derecho canónico (es decir, el de la Iglesia Católica) que se basa en la promulgación de leyes que regulan hasta el más mínimo de los aspectos de la vida de las persona, limitándose la función de los jueces a aplicar dichas normas, ojo, no a hacer justicia como se entendería comúnmente (es lo que en derecho se conoce como derecho positivo, basado en la mera aplicación de la norma, frente al derecho natural que busca la simple la justicia, algo que evidentemente ha quedado relegado al ámbito de la filosofía y las utopías), en el mundo anglosajón apenas hay leyes, basándose su ordenamiento jurídico básicamente en las Sentencias judiciales, es lo que se llama Common Law, y que llega a su máximo exponente en el Reino Unido, donde ni siquiera hay una Constitución como tal, y es que la famosa Carta Magna que los Lores hicieron firmar a Juan Sin Tierra en 1215, y que ellos consideran como el nacimiento de su democracia, no se puede considerar realmente como tal.

Pero es que en el caso de los Estados Unidos, con un sistema basado en el Common Law británico, como buena ex - colonia que es (muy a su pesar), pero con ligeras y marcadas variaciones, el mundo de las Sentencias judiciales, la jurisprudencia, llega al paroxismo más ridículo. En las facultades de derecho los estudiantes más que leyes estudian Sentencias dictadas por tribunales vinculantes, los famosos precedentes que vemos en las películas, y que tantos quebraderos de cabeza nos generas a los juristas de la Europa continental cuando tratamos de explicar al resto del universo que el que en España se dicte una Sentencia en un determinado sentido no crea ningún precedente de nada, porque aquí eso no existe, como tampoco existe el famoso protesto, que las Sentencias judiciales en España no son vinculantes, y que de hecho existe un Recurso extraordinario por unificación de doctrina, porque te puedes encontrar con Sentencias contradictorias entre si por temas similares, incluso de un mismo Tribunal, lo que hace que los letrados nos volvamos literalmente locos con el temita este de la jurisprudencia, que pocas cosas hay de mi profesión que yo pueda odiar más que ponerme a buscar jurisprudencia, pero ese es otro tema.

El caso es que el derecho al aborto en Estados Unidos no se aprobó con una ley como tal, sino a través de una Sentencia judicial, por mucho que eso nos resulte cuanto menos chocante a este lado del Atlántico.

Jane Roe en realidad no se llamaba así, sino Norma McCorvey, y lo que hizo fue cuanto menos histórico y muy inteligente, aprovechó (bueno, en realidad lo aprovecharon sus abogadas) la ya descrita idiosincrasia del sistema judicial estadounidense, para hacer algo que a día de hoy a mi me sigue pareciendo insólito, demandó al estado de Texas por no dejarla interrumpir legalmente un embarazo, de ahí el nombre de la Sentencia que lo legalizó, Wade, por el fiscal de Dallas que defendió al Estado, versus Roe. Y es que tenía sus buenas razones para querer abortar, y hacerlo de forma segura y legal.  Norma McCorvey había nacido en el seno de familia desestructurada, con una madre alcoholólica y maltratadora, y un padre que las abandonó en cuanto pudo; su custodia fue asumida siendo apenas una adolescente por los servicios sociales, pero eso lo único que le ocasionó fue una espiral de abusos y violaciones casi diarias (¿nos suena a los recientes escándalos de los centros de menores? Por qué será que este mundo de mierda nunca cambia), el caso es que se casó joven, probablemente en un intento de huir de aquella vida y buscar algo de estabilidad, porque Norma en realidad era lesbiana. De aquel matrimonio nació una niña cuya custodia acabo recayendo en la abuela materna, pero Norma que había caído en las drogas aún habría de quedarse embarazada dos veces más; tras la traumática experiencia que fue para ella dar a luz y entregar en adopción a su segundo hijo, tratando así de evitarle una infancia como la suya, al quedarse embarazada de nuevo tuvo claro que no quería tener al bebe, su deseo era abortar, pero quería hacerlo sin quebrantar las leyes, ni clandestinamente poniendo en peligro su vida. Sin embargo, aunque su deseo y empuje dio lugar a la histórica Sentencia que legalizó el aborto en Estados Unidos, el pleito, como todos los pleitos, duró tanto que el embarazo llegó a término y nuevamente tuvo que entregar a su bebé en adopción. Os recomiendo a todos una película sobre su vida de 1989, en la que el papel de Norma lo interpreta una más que soberbia Holly Hunter, siendo la escena en la que entrega a su tercer bebé en adopción, aún en el paritorio rogando a los médicos que por favor no le enseñen al bebé porque no quiere verlo mientras llora a gritos, es de las que se te quedan grabadas en el alma, sobre todo si eres mujer.

Escena que por cierto deberían ver todos aquellos defienden esa aberración conocida como gestación subrogada.

Y es que no nos engañemos, los movimientos antiabortistas no son provida como ellos mismo se denominan, sino antimujer, ya que lo que subyace en todo esto no es más que misoginia y machismo a partes iguales, porque abortos siempre ha habido y siempre los va a haber, pensar lo contrario es muy ingenuo. Mi abuela contaba como en su aldea los abortos los hacía la misma que remendaba los virgos, se ve que Fernando de Rojas más que imaginación lo que tenía una gran capacidad de análisis del mundo que le rodeaba, y los hacía con una aguja de punto que introducía por la vagina atravesando al embrión, de manera que al estar muerto el cuerpo de la mujer lo expulsara al cabo de los días. No fueron pocas las mujeres que murieron con este método al perforarles el útero, o debido a la infección causada por un feto muerto no expulsado. Mi abuela también narraba que otros métodos habituales eran las infusiones de perejil o Artemisa. El caso es que tratar de evitar o remediar un embarazo no deseado es algo tan antiguo como el mundo, la única diferencia es que las mujeres que desean abortar ahora lo quieren hacer de manera legal y sin riesgo para su salud. Simplemente eso es lo que pedía Jane Roe.

Como decía al inicio, esa Sentencia fue revocada hace unos meses por una Corte Suprema de mayoría conservadora, con lo que implica ser conservador en Estados Unidos, algo parecido a lo que tildaríamos de fascista en Europa, pues lo que aquí sería un conservador, en ese país sería casi tildado de revolucionario, y ha llevado a algunos Estados de la Unión a dictar normas que incluso permiten espiar las redes sociales de las mujeres para comprobar si han viajado a otros estados para abortar. Recordemos que además, Estados Unidos tiene una más que laxa normativa de protección de datos, precisamente para permitir el control del gobierno sobre la información personal de sus ciudadanos. Y luego dicen de China…, pero ya hablaré de eso otro día.

El caso es que se ha dado al traste con una decisión que ha permitido salvar miles de vidas, las de las mujeres que pudieron abortar en una clínica, y puede que incluso más tarde ser madres en mejores circunstancias, pero claro esa libertad y control de las mujeres sobre su destino, y sobre todo sobre su propio cuerpo, muchas personas no lo toleran.

Tengo que decir, por si alguien se lo está preguntando, que yo nunca he interrumpido un embarazo, tuve un aborto pero fue espontáneo. Es más, muy mal se me tendrían que poner las cosas para que yo abortara, siempre he tenido muy claro que lo que viniera sería mi hijo y le querría contra viento y marea, pero esa es mi postura, y no soy nadie para juzgar las decisiones ajenas, imponer mi visión y sobre todo entrar a valorar los motivos que pueden llevar a una mujer a interrumpir de manera voluntaria un embarazo. Sólo conozco de primera mano tres casos, y las tres tenían poderosos motivos para abortar. Tal vez lo que le falta a muchas personas es algo tan básico como la empatía.  

 

domingo, 31 de enero de 2021

Una mamá teletrabajando

No descubro nada nuevo al mundo si digo que el año pasado estuve varios meses confinada en mi casa por el Coronavirus. Pues vaya, diréis, como todos, pues si, efectivamente, pero con la salvedad de que en mi caso lo he hecho teletrabajando con dos niños de 7 y 3 años, lo que ha sido y está siendo realmente estresante. Algo que realmente sólo podrán entender aquellas madres que hayan pasado por la misma experiencia. Y digo madres, porque si, una vez ha recaído todo sobre nosotras, el teletrabajo, los teledeberes, el cuidado de los pequeños, la casa... sin comentarios.

Sé que no soy la primera ni la última que se queja, pero es que realmente ha sido de locura. Una de las peores experiencias de mi vida, sólo comparable a mi primer postparto, aquí narrado. Lo primero de todo te preocupas porque la situación no les afecte, no dejan de ser niños, que no vean ni sienten tu preocupación, pero hay momentos que todo te desborda. 

En mi casa pasamos el Covid al inicio del confinamiento, así que también nos ha tocado en cierta manera tratar que no percibieran nuestro malestar físico, pero no fue fácil, un día a mi marido se lo tuvo que llevar una ambulancia, pero esa es otra historia. 

Recuerdo que lo único que quería era que llegara el fin de semana para por lo menos poder dejar de teletrabajar. Estábamos en la mesa del comedor con dos portátiles mi hijo mayor y yo, por lo que me tocaba hacer dos cosas a la vez, además de la comida, la casa, el pequeño... En su momento fue duro si, pero estaba convencida que lo había superado bien, pero la reciente nevada, que en mi caso nos ha impedido salir de casa varios días, era materialmente imposible te hundías hasta la rodilla, ha abierto en mi una herida que pensaba curada, menos mal que me pilló de vacaciones y lo llevé mejor, pero lo que está claro es que psicológicamente algo se rompió dentro de muchos de nosotros durante aquellos meses. 

Y lo digo abiertamente, no fue tanto el no poder salir como compaginar tantas cosas a la vez. Quien haya leído este blog, sabrá que me paso la vida de un lado para otro, de hecho hacía mucho que no escribía una entrada porque no me da la vida, pero aquello fue distinto, porque había que hacerlo todo a la vez. A la vez que morían 900 personas diarias. 

Ah, me olvidaba, el confinamiento me pilló haciendo un postgrado universitario, otra cosa más a añadir, pero la verdad, mentiría si dijera que en cierta manera fue una bendición porque era mi válvula de escape, algo en lo centrar mi mente sin pensar en nada más. Cuando estudiaba, estudiaba, punto, había que centrar la cabeza, no quedaba otra. 

En diciembre volví a pasar el Covid, soy una de las reinfectadas, me duró menos tiempo pero me puse peor, otra vez nos tocó volver a encerrarnos en casa, afortunadamente fue durante el puente de la Constitución y pude descansar, ah, porque esa es otra, ninguna de las dos veces me han dado la baja, que puedes teletrabajar, pues nada a joderse, como si trabajar desde casa no fuera trabajar al fin y al cabo.

Ahora estoy con turnos alternos de teletrabajo y presencial en la oficina, al principio era un día si y otro no, y ahora lo han cambiado a turnos de 15 días. Es cierto que el teletrabajo en silencio y sin niños ya es otra cosa, pero no dejas de estar en tu casa, que es tu lugar de esparcimiento y descanso, por lo que te mentalizas del todo, eso sin contar con el hecho de no llegas a desconectar del trabajo nunca. La semana pasada me tocó ir todos los días a la oficina, y fui feliz, mucho, era como volver a vislumbrar por una rendija mi antigua vida, salir de casa y relacionarte con otras personas.  A ver como llego los 15 días seguidos de teletrabajo... 

En fin, sigamos adelante, no queda otra.



lunes, 26 de noviembre de 2018

La leyenda del pollo sin cabeza:


Si Washington Irving me hubiera conocido, yo creo que en lugar de hacerlo sobre un jinete hubiera escrito La leyenda del pollo sin cabeza; aunque sinceramente, creo que dicho icono del terror se basó de alguna manera en una madre trabajadora, y es que a veces nuestra vida da miedo.

Muchas veces me siento desbordada en todos los aspectos de mi vida, el otro día mi marido me decía que actuaba como si estuviera amargada, y lo más triste es que a veces pienso que es verdad.

Este es el resumen actual de mi vida: me levanto a las 7:30, y tras ducharme, desayunar y vestirme a toda prisa, levanto a lo niños. Levanto al mayor, le visto, le doy el desayuno, visto al pequeño. Primero dejo al pequeño en la guardería, y después al mayor en el colegio, lo que supone una media hora de venga, vamos (léase a gritos y con tono histérico).

Tras superar el atasco y llegar al trabajo, me ataco al ver la cantidad de trabajo que tengo, porque claro yo tengo reducción de jornada, pero no de volumen. El otro día una madre del colegio me decía que eso no podía ser, que si teníamos reducción de jornada se tenía que reducir el trabajo, que lo dejara sin hacer, y que así la empresa al ver que no salía saldría de su error. La pregunté donde trabajaba y me sorpendió cuando me dijo una empresa, pensaba de verdad que me iba a decir en la Luna.

En fin, el caso es que al tener reducción de jornada, no llego, y es agobiante, mucho, y yo el estrés lo libero comiendo. De abril a aquí he engordado 6 kilos. Mañana sin falta empiezo el régimen, no me va a valer nada en breve. Este año ha sido muy duro por muchas causas, y una de ellas ha sido el exceso de trabajo, una persona con jornada completa no habría podido con él, bueno de hecho durante un par de meses trabajé a jornada completa (no me lo pagaron por supuesto), y luego en casa a distancia hasta las 2 o 3 de la mañana cada día (sin remunerar of course). Nunca, en los 16 años que llevo trabajando, había soportado una carga de trabajo tan inmensa, tengo cosas por contestar de hace 3 semanas, y yo no soy así, me está afectando mucho, tanto que se me olvidan las cosas, bueno se me olvida todo, y paso mi vida en un continuo tengo que.... un horror.

Hace tiempo otra madre trabajadora, con un puesto directivo en mi empresa, me dijo que no se podía tener todo, creo que es mi principal problema, que lo quiero todo, una carrera profesional y ocuparme de mis hijos yo misma. Pero lo siento, considero que una mamá es aquella que cuida de sus hijos, lo otro es ser su madre, sin duda, pero no su mamá, y la diferencia es abismal. Aunque puede que esté muy equivocada.

A las 16:30 salgo de la oficina para ir a por los niños, básicamente voy como las locas con el coche porque llevo el tiempo justo. Todos los días me parece un milagro llegar al colegio a tiempo. Por supuesto, llevo la merienda, que he preparado la noche anterior y me he llevado conmigo al trabajo, detalle que hijo de 5 años no aprecia, pero que ya me encargaré yo de decírselo de mayor. Tras luchar con el mayor para que deje de jugar en la puerta del colegio con sus compañeros, me voy a la guardería a por el pequeño, que sólo quiere brazos y mimos. Cuando salgo de la guardería soy un bulto seguido por un niño, que lleva encima un bolso, la bolsa de su comida, la bolsa de la merienda, un portátil, la mochila del pequeño y un bebé en brazos, y eso sólo con dos manos, ja, me río yo de Shiva.

Al llegar a casa suelto todo, y como no podía ser de otra manera me pongo a ordenar y hacer camas, eso si no tengo algún médico al que ir (eso siempre, claro está, que me haga acordado de pedir cita. Tengo médicos para mi pendientes de aquí a la luna y vuelta). Si hace bueno vamos al parque, lo que supone correr detrás de dos niños, cada uno en una dirección, salvo si viene mi marido, claro, esos días son más relajados. Tras luchar con dos fieras desatadas consigo subir a casa, no sé como lo hago que siempre empiezo con baños y cena tardísimo, respecto al horario que deberían llevar unos niños de su edad, supongo que soy un poco desastre. Cuando oigo que hay niños que las 9 está durmiendo, me parece como la leyenda del Bigfoot, un mito, a esa hora mi casa está en plena actividad. Si no hace bueno nos quedamos en casa, lo que supone que se la echen literalmente encima, y luego me toque recoger, porque encima mis hijos son unos desobedientes de tomo y lomo y no recogen. Creo que lo estoy haciendo todo un poco mal.

Tras bañarles y ponerles la cena, me pongo a preparar la comida del día siguiente. Tras eso, prepararé la ropa y mochilas del día siguiente. A eso de las 10 trataré de iniciar una guerra fratricida para intentar que el mayor se meta en la cama. Con el pequeño es otro cantar, no se duerme hasta las 12 o 12:30, es súper insomne, así que le pongo en el carrito a ver la tele, para por lo menos poder recoger en paz. Cuando me quiero sentar son aproximadamente las 11 u 11:30, y debería trabajar algo, o tratar de escribir, o irme a la cama, pero no puedo, me enchufo a alguna serie de las 7 u 8 que suelo ver a la vez. Duermo una media de 5 horas diarias, porque ese es mi único momento de paz, pero me supone estar siempre agotada.

Para poder escribir esta entrada he tenido que madrugar un domingo y aprovechar el bendito silencio de la casa, porque claro sin hijos se acuestan muy tarde, pero luego no son de madrugar, aunque juro que lo preferiría.

La tan manida expresión no me da la vida, es tan literal en mi caso que creo que algún día me voy a romper en pedazos. En fin...

Ayer tuve una comida familiar, y una prima mía también con dos hijos y reducción de jornada se iba después al cine, y los niños se quedaban con sus padres. Me dieron ganas de llorar, a mi nunca me cubre nadie, si es por trabajo si, lo que haga falta, el otro día hasta que quedó a dormir mi madre en casa porque yo tenía una convención, pero nada por ocio, y a veces lo necesitaría.

Me hace mucha gracia esas mujeres que van al gimnasio y te dicen muy pomposamente que si quieres puedes, que siempre se encuentra un hueco para hacer deporte, que todo es querer, mirad chicas tengo un mensaje para todas vosotras de una mujer a la que hasta le duele el pelo de pasar tantas horas sentada, simplemente IROS TODAS A LA MIERDA.

A todas aquellas amas de casa, que se quejan porque tienen muchas cosas que hacer, vamos, básicamente las mismas que yo solo que encima trabajo, de verdad, IROS A LA MIERDA PERO DOS VECES, que toca, y mucho, los cojones oíros. Ahora ¿me quedaría en mi casa sin trabajar? primero es algo que nunca me podré permitir ni pensar, salvo que me toque la lotería, y creo que a los dos meses estaría harta, aunque desde luego sería todo más fácil, y no tendría tanta tensión en mi vida, porque lo que nunca dejaría es de ser mamá, mis niños son lo mejor que he hecho en la vida y lo único que da sentido a toda esta locura, es más, si pudiera hasta tendría otro...

martes, 13 de junio de 2017

Culpabilidad

En más de una ocasión he leído que el estado natural de una madre es sentirse culpable. Y tengo que decir que es una gran verdad. Supongo que el nivel de autoexigencia que nos imponemos es tan alto, que hace que al final nunca podamos ser como la imagen de nosotras mismas que proyectamos en nuestras cabezas.

Pero empecemos por el principio, ¿qué es para mi una madre? una madre es aquella persona que te cuida cuando eres pequeño, se desvela y está pendiente de ti en todo momento, y te hace la vida imposible cuando eres adolescente, para luego convertirse en tu guía en la vida adulta, eso es una madre, y no necesariamente tiene porque ser la persona que te ha parido. Recuerdo un relato de mi admirada Almudena Grandes, en la que una mujer ya adulta, recuerda su infancia a cargo de una muchacha de servicio, porque su madre estaba demasiado ocupada haciendo vida social, la persona que le compraba los uniformes del colegio era su madre, si, pero la criada que la consolaba de las pesadillas por la noche era su mamá.

A mi madre la crió mi bisabuela, mi abuela trabajaba de sol a sol, en una conservera de pescado, en el campo, con los animales, y en casa, no trabajaba más porque el día no tenía más horas. Mi madre llamaba mamá a su abuela, porque mi abuela era su madre, pero su mamá era mi bisabuela.

La madre de una amiga de mi hijo, es rumana, y cuando llegó a España su primer trabajo fue de interna cuidando a unos niños. Cuando encontró un trabajo mejor lo dejó, pero seguía yendo a visitar a esos niños, hasta que un día la madre le dijo que no volviera, porque los niños la querían mucho y lo pasaban fatal cada vez que la veían y se volvía a marchar.

Cuando pienso en mi propia infancia, la primera imagen que me viene a la memoria es la de mi madre, omnipresente, siempre cuidándome, era ama de casa y no tenía nada mejor que hacer. Sin embargo, cuando crecí su omnipresencia me asfixio en muchas ocasiones, y sólo deseaba que trabajara para poder darme un poco de tregua.

Mi tía materna siempre ha trabajado, igual que su madre, y a su vez a su hijo lo crió mi abuela. Una mujer de éxito, que en muchas ocasiones ha sido el espejo en el que yo me he mirado, la persona a imitar, y que un día me dijo que si miraba atrás no le había merecido la pena.

Hace poco a mi jefa, directiva en una gran multinacional, otra mujer de éxito, se le saltaron las lágrimas cuando al decirla que aumentaba mi reducción de jornada tras tener a mi segundo hijo, me dijo que hacía bien porque ella se había perdido la infancia de sus hijos, y nadie se la iba a devolver.

La hija de la mejor amiga de mi madre no trabaja, se dedica a vivir bien y cuidar de sus hijos, yo muchas veces lo pienso, sobre todo cuando noto que no puedo ni pararme a respirar y la envidio. Pero su madre me dijo hace unos meses, que su hija quería volver a trabajar pero era difícil tras 9 años en casa, que que bien había hecho yo combinando el trabajo con el cuidado de los niños.

Yo soy una madre trabajadora que le está robando horas al sueño (y tiene mucho acumulado) para poder escribir unas líneas a la 1 de la mañana, porque lo único que recuerda haber querido hacer siempre en esta vida es escribir, pero que no puede apenas ni contestar al whassap. Trato de llegar a todo y no puedo con nada. Hoy he ido al médico después de trabajar y mi hijo mayor me ha preguntado al llegar que donde estaba, estaba atendido, pero no por mamá. No quiero quedar con nadie (aunque me obligo a ello) porque siento que les robo tiempo a mis hijos, si paso la tarde con uno de ellos me siento culpable por el otro, sé que si no trabajara me asfixiaría en casa (o no), sé que me gusta trabajar, pero tras dos meses y medio siento que me estoy perdiendo a mi bebé, y me siento culpable. Sé que algún día crecerán y pasarán de mi, pero ahora necesitan mis cuidados, y no llego. Cuando me incorporé, al llegar a casa mi bebé se ponía como una moto, ahora sólo me sonríe.

¿Qué nos pasa a las madre que nunca estamos contentas? ¿por qué es tan difícil? y eso que ahora podemos conciliar, no quiero ni pensar como se sentía mi suegra, otra madre trabajadora y en su caso, sin apoyo familiar.

En muchos libros sobre maternidad, dicen que los lazos que se establecen con el primer cuidador son para toda la vida, pero ¿y si ese primer cuidador, sólo lo es durante unos meses, cuando precisamente menos consciencia se tiene? ¿qué ocurre entonces? no lo dicen, aunque está claro que si la autora del libro fuese madre diría que sentirse culpable.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Un año en casa.


Ya he hablado aquí de lo difícil que me resultó volver a la oficina tras tener a mi primer hijo, bueno, pues ahora me toca volver a la oficina tras tener el segundo, y lo que es más importante, tras estar un año en casa, ahí es nada.

Los desprendimientos de bolsa que sufrí, unidos a otras complicaciones hicieron que estuviera de baja desde la semana 13 de embarazo, hasta el final, lo que unido a la baja por maternidad, el permiso de lactancia y las vacaciones del año pasado, suponen que haya estado un año entero en mi casa. Va a ser cuanto menos curioso volver a la normalidad, bueno a mi antigua normalidad, porque estar en casa es ya desde hace tiempo mi rutina de vida.

Al principio me agobié mucho, dejaba el trabajo de un día para otro, y tenía muchas cosas a medias, de ahí que comenzara a trabajar desde casa, además, hasta que me dijeron en la semana 25 que me dejaban de baja, siempre pensé que iba a reincorporar. Recuerdo que la primera semana, me la pasé entera viendo el Canal Cocina (me encanta cocinar) y decidí descansar y relajarme, además, como tenía que guardar reposo, poco más podía hacer, ni la cama, la hacía mi madre cuando llegaba por la tarde de recoger a mi hijo mayor de la guardería. Tras la primera semana pedí que me trajeran el portátil de la oficina.

Y así transcurrieron los primeros meses, en casa, guardando reposo, trabajando y viendo la tele, porque el día tiene muchas horas. En esa primera etapa me vi las tres últimas temporadas de Juego de Tronos, las dos últimas de Érase una vez, y la primera de True detective. Cuando acabó la primavera y comenzó el verano, me dijeron que me quedaba de baja, ya podía moverme, y salir algo, pero no volvía al trabajo, fue cuando empecé con Mad Men, enterita. El verano y el comienzo del otoño fue tiempo de las siete temporadas de The Good Wife, y la llegaba de mi bebé vino acompañada de las vivencias de Dexter. Ahora se supone que estoy viendo Breaking Bad, pero no me está gustando demasiado.

Estuve trabajando desde casa aproximadamente hasta el verano, luego ya sólo de forma puntual hasta septiembre.

La llegada del verano vino acompaña del levantamiento del arresto domiciliario, y sobre todo de poder volver a ocuparme de mi hijo, liberando así a mi madre. Fue un alivio para ambas. Con el calor tuve un riesgo alto de trombosis, y me mandaron nadar, así que cuando le recogía de la guardería nos íbamos los dos a la piscina municipal de al lado de mi casa, ya estaba gorda como un trullo y me suponía un gran esfuerzo, más con el calor. Nadie que no lo haya pasado, sabe lo que es estar embaraza en verano, y a mi encima me pilló con todo el tripón. Pero tengo preciosos recuerdos de esas tardes los dos juntos en la piscina, con mi niño, que ya empezaba a ser una personita, y ahora desde que ha empezado el colegio es un sinvergüenza de tomo y lomo.

Y así pasamos el verano. En agosto comencé con la operación inicio de cole, a comprarle la ropa y marcársela, y en cuanto me di cuenta era septiembre y empezaba el cole de mayores, como él dice. El primer día empezaron a las 10 de la mañana, y todo septiembre salía a las 15 hs, menos mal que estaba de baja, sino hubiera sido difícil. Recuerdo que para llegar las 15 al colegio comía a las 13:30, muy pronto para mi, y luego me iba con todo el calor del mediodía, y un tripón ya considerable a recogerle. Estoy cerca del colegio, pero iba en coche, porque no me daba la vida. Y luego toda la tarde con él, con mi tripón... pero se sobrevive a todo. Era la expectación del parque, porque de verdad que yo estaba absolutamente descomunal, y con el niño en el parque, a ver, en casa era peor y habían cerrado la piscina, todo el mundo me preguntaba, todos los días que cuando daba a luz.  También recuerdo estar hasta octubre en pantalón corto y sandalias, que calor se tiene embarazada.

Tras la llegada del bebé, me tocó volver a estar más en casa, además coincidió con la llegada del mal tiempo. Pero curiosamente es cuando más he establecido una verdadera rutina diaria. Ya totalmente desconectada de la oficina, mis días son, una vez superaba la primera fase de "no duermo por las noches, y me paso la mañana durmiendo", levantar al mayor, darle el desayuno y vestirle, para que se lo lleve su padre al colegio, ventilar, hacer las camas, recoger la casa, hacer la compra cuando toca, algún recado la mayoría de los días, ocuparme del bebé, escribir mientras duerme en su hamaquita a mi lado, comer viendo la serie de turno, y salir pitando al colegio porque he apurado tiempo de más viendo dicha serie, recoger al mayor, darle la merienda, coger el autobús a casa, ir al parque si hace buen tiempo, sino subir a casa, baños, cenas, a dormir los peques y yo vuelta a la tele, a un libro, o a escribir.

Esa es ahora mi vida, o lo va a ser hasta el lunes, que me toca volver a trabajar. Lo que más pena me va a dar es separarme de mi bebé, aunque también voy a echar de menos el silencio, ese maravilloso silencio que invade toda la casa cuando mi marido y mi hijo mayor salen por la puerta, esa paz, que hacía tanto tiempo que como madre trabajadora no saboreaba.

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Hace un mes que escribí las líneas anteriores, lo que supone que ya llevo un mes trabajando. Tengo que decir que ha sido menos duro que la otra vez, igual que el hecho de enfrentarme al postparto, supongo que porque ya lo has vivido y sabes a lo que te vas a enfrentar.

Al llegar a la oficina me sentí en cierta manera como si nunca me hubiera ido. Es raro, porque ya tenía muy hecha mi vida en casa. A veces, por la noche, se me olvida que al día siguiente tengo que madrugar, supongo que la falta de costumbre.


Lo que está siendo un poco caos, es volver a acostumbrarme a hacer las cosas de la casa, y sobre todo la compra por la tarde, con los niños... con lo fácil que es hacerlo tranquilamente por la mañana. Pero siento que mi vida vuelve a estar donde debe, además, ser madre trabajadora es como montar en bicicleta, una vez superada la adaptación, nunca se olvida.

jueves, 30 de marzo de 2017

Nuevo postparto:

El blog en el que ahora escribo, fue resultado de la necesidad de tener una vía de desahogo durante mi primer postparto, sobre el que di cuenta sobradamente en las primeras entradas. Por ello, al volver a quedarme embarazada una de las cosas que más miedo me daban eran el postparto, sin embargo, no ha podido ser más diferente.

Ya suponía que el segundo hijo te pilla con otras manos, y sobre todo con experiencia y la seguridad de saber lo que haces, pero lo que no suponía es hasta que punto también encaras el postparto con otra serenidad, más que nada porque sabes que tiene una fecha de fin.  

Aún en el hospital lo viví todo de otra manera, el ducharme después del parto (con el primero me pareció un mundo), el meconio, las primeras tomas... es que ya te lo sabes, y sobre todo decidí no agobiarme por el pecho, que se quedaba con hambre con los calostros, pues se pedía un biberón (aunque con éste sólo tuve que pedir un par), y todo transcurrió en paz y armonía.

Al llegar a casa siempre hay unos días de ajuste, pero eso ya lo sabes. En mi caso aproveché que mi hijo mayor estuvo unos días con mis padres para dormir en su cuarto, parece una tontería pero dormir mi marido y yo en camas separadas los primeros días ayudó a descansar mejor, sobre todo porque no me daba miedo despertarle por las tomas nocturnas, aunque tampoco debería dármelo que la recién parida era yo, y quien tenía que reponerse y descansar, aunque al final nunca descansas.

La episiotomía que tantos problemas me dio tras mi primer parto, y eso que fue mucho menor, no me los dio en éste a pesar de ser considerablemente más grande. También yo tuve muchísimo cuidado con los movimientos que hacía, nunca tuve claro si la primera vez se saltaron los puntos porque me cosieron mal o por un movimiento mío, así que me movía con una prudencia infinita. Además, me comencé a dar desde el primer momento que llegué a casa, y sin que me lo dijera nadie, el gel cicatrizante que me mandaron para cerrar la primera. Es cierto que en el hospital me dolió mucho, de hecho me tuvieron que dar calmantes, pero a los pocos días empezó a cerrar y en 15 días estaba curada. Primer paso superado.

El principal problema que tuve fue la tensión, me dieron el alta con ella alta, y tuve que recuperar el tensiómetro del final de mi primer embarazo para controlarla en casa, y volver a comer sin sal.... que horror. Un día llegué a 16 de máxima, y tenía un dolor de cabeza horrible, así que mi marido me tuvo que llevar corriendo a urgencias, donde me pincharon algo que me dolió una barbaridad, y me tumbaron del lado izquierdo, que al parecer hace bajar la tensión cuando tienes mucha tripa. Pero a las semanas de dar a luz, por suerte, comenzó a bajar. Menos mal, porque con eso si que estaba preocupada.

También me relajé con el pecho, aunque eso ya lo contaré. Hubo noches sin dormir, como es lógico, muchas, pero muy distintas a con el mayor. Mi primer hijo nos tuvo mes y medio sin dormir, y se tiraba hora y media para comer de día y de noche, un horror. Con el segundo durante las tomas nocturnas me iba al sofá, porque recordaba con pavor esas noches dando el pecho sentada en la cama, con mi marido gruñendo al lado, así que nada, en cuanto empezaba a dar la lata por la noche al sofá, me ponía cómoda medio tumbada para darle el pecho, y me sujetaba los brazos con cojines por si me dormía, y relajadamente le daba de comer. La verdad es que al final nos dormíamos los dos, y así amanecíamos muchos días, además, en cuanto me iba a la cama y le dejaba en el moisés lloraba, así que vuelta al sofá. Hubo muchas noches que no pude ni estirarme en la cama, era lo único que quería hacer, poder tumbarme y estirarme a gusto en la cama, pero pronto pasó, y mi bebé duerme y ha dormido mucho mejor que su hermano mayor. Lo bueno fue que el bebé era hacerse de día y dormir plácidamente, no como su hermano, así que ahí recuperaba yo sueño, es cierto que entré en un bucle que era pasar la noche en el sofá, dormir por la mañana, comer, ir al buscar al mayor al colegio, sobrevivir a la tarde con los dos, y vuelta al sofá, no hacía nada más, pero por lo menos dormía algo, que nadie sabe lo que es no poder dormir nada hasta que no se vive.

Por otro lado, y lo más importante no tuve depresión postparto, por lo que comparado con el anterior, éste me ha parecido un camino de rosas.


Lo más agobiante, eso si, de tener el segundo es que te tienes que ocupar de los dos a la vez, y no es fácil, a los 15 días mi marido tuvo que volver al trabajo (claro, que en lo único que me ayudaba era en ir a buscar el niño al colegio, porque lo demás, su frase hacia mi, recién parida y sin dormir, era ¿qué comemos hoy?, vamos ni pensar en ayudar en nada de la casa), así que tocó quedarme sóla con dos niños pequeños, y cuadrar horarios para ir a buscar al mayor al colegio, con un bebé de 15 días así lloviera, tronara... pero tiras para adelante, no queda otra, tiras de tu cuerpo, y al final yo creo que por eso te recuperas antes, a ver que remedio. Recuerdo que lo peor era por las mañanas, me agobiaba mucho que el bebé se pusiera a llorar justo cuando tenía que dar el desayuno y vestir al mayor, y es que lo de cuadrar horarios de dos niños es al principio una aventura.

lunes, 6 de marzo de 2017

Nueva maternidad:

Como ya comenté por aquí, hace unos meses he sido madre por segunda vez, así que ya no soy una mamá tan novata, sino más bien todo lo contrario, y tengo que decir que ha sido una experiencia totalmente diferente a lo anterior.

Empezaré con el embarazo.

Aunque el primero ya tuvo sus momentos de traca, con un ingreso hospitalario e hipertensión, éste se ha llevado la palma; comenzó igual que el otro, sin nauseas, vómitos, ascos u olores, sólo con algún mareo, pero en la semana 13, justo el día que iba al ginecólogo a hacerme el screening (si todo salía bien, ya lo iba a decir en el trabajo), tuve un desprendimiento completo de la bolsa.

Todo comenzó un poco antes de la hora de comer, fui al baño y no podía orinar bien, me costaba trabajo, aunque en ese momento no lo asocié con nada específico. Pero después de comer, sobre las 16 hs, se me puso de repente todo el abdomen duro como una piedra, igual que con las contracciones de Braxton Hicks, y comencé a notar un dolor punzante, horrible en toda la zona, que se iba haciendo más y más fuerte por momentos, tuve que agarrarme a la mesa para no gritar, hasta que de repente oí un chasquido, y el dolor cesó a la vez que notaba una sensación de calor muy intensa en la vagina. Fui corriendo al cuarto de baño, y estaba sangrando, no manchando un poco, no, sangrando como hubieran abierto un grifo a máxima potencia. Volví a mi mesa, cogí una compresa, y les dije a mis compañeras que tenía una hemorragia (ellas ya sabían que estaba embarazada) y me fui disparada al ginecólogo, que ya era casualidad que tuviera cita para aquel día.

Por el camino llamé con el manos libres a mi madre que había ido a recoger a mi hijo mayor, y ella como siempre tan optimista, igual que mi abuela, me espetó, pues nada hija olvídate que eso es un aborto. Después llamé a mi marido, para contarle lo que sucedía, y me dijo que le contaba, que si es que quería que fuera a la consulta del ginecólogo conmigo, porque no podía ir que estaba en el trabajo, le contesté que que menos que decírselo, y me respondió, pues bueno ya estoy informado y colgó. Todo esto mientras iba conduciendo por la autopista.

Así que ahí llegue yo a la consulta del ginecólogo, como pude y medio desangrándome. También había llamado a la consulta contando lo ocurrido y me hicieron pasar nada más llegar. La compresa que me había puesto en el trabajo hacía escasamente media hora, ya estaba completamente empapada y me corría la sangre por las piernas. El médico lo primero que miró es si el feto tenía latido, que lo tenía, y si la placenta se había desplazado, que no, eso era lo importante, ya que si la placenta se movía el bebé no se alimentaba y ya si que no había que hacer. La bolsa se había desprendido por completo de las paredes del útero, pero el bebé estaba vivo y alimentándose, así que tenía que guardar reposo.

Esa noche empapé las compresas, el pijama, las sábanas y la funda del colchón, como si hubiéramos matado a un cerdo en mi cuarto.  Y ahí comenzó mi estancia en casa, que se prolongó durante todo el embarazo. Durante la primera semana, vi mucho la televisión, siempre he sido seriéfila así que aproveché. Mi madre venía por las tardes a cuidar de mi hijo cuando salía de la guardería. A la semana pedí que por favor, me trajeran el portátil de la oficina y comencé a trabajar desde casa.

A los 15 días volví al ginecólogo, me dijo que todo iba bien, que la bolsa se estaba uniendo de nuevo al útero, y que me podía mover e incluso ir a trabajar (menos mal, porque de nuevo había ido yo sola al ginecólogo, aunque esta vez me cogí un taxi). Al llegar a casa puse una lavadora, tampoco hice mucho más, pero por la noche tuve una nueva hemorragia, cogí el coche y me fui a urgencias (si, sola y conduciendo) la bolsa se había vuelto a desprender, esta vez de forma parcial, y tenía que volver a guardar reposo.

Y así estuve, en casa. Otro día comencé a notar mucho flujo, demasiado, y demasiado líquido, volví a urgencias, al parecer no era líquido amniótico. Pero en la ecografía de las 20 semanas, la bolsa mostraba indicios de haberse roto en algún momento, y había sangre en el líquido. Del resultado de esa ecografía dependía que dieran el alta o no, y a la vista del resultado no me la dieron, estuve de baja el resto del embarazo.

Más o menos sobre la semana 25, parecía que el tema de la bolsa estaba más o menos superado, y me dejaron salir de casa, nadie sabe lo que es estar sin salir, y poder de nuevo respirar el aire de la calle. Pero entonces, empezó el calor en Madrid, yo creo que no hay experiencia más horrible que estar embarazada en verano. Una mañana me levanté con una pierna, la izquierda, muy hinchada y la otra no, se lo comenté al ginecólogo, que enseguida dio un respingo... riesgo alto de trombosis. Creo que entre un embarazo y otro, sólo me ha faltado tener diabetes gestacional.  Me mandaron nadar, darme masajes, poner los pies en alto, no podía estar más de 2 horas sentada... todo esto mientras me caían kilos y más kilos encima, 36 engordé en total.

Y así pasamos el verano, yendo a la piscina con mi hijo, ya que no nos pudimos mover de Madrid, mirándome continuamente las piernas. El otoño trajo vientos nuevos y algo de fresquito, menos mal, y me puse de parto.

Comencé a tener contracciones a las 8 de la mañana de un día de fiesta, y al romper aguas todos a la clínica, incluido nuestro hijo, que el pobre no entendía muy bien que pasaba y sólo me decía que quería desayunar, le di una caja de galletas, tal cual, pobrecito. Luego en la clínica le recogieron mis padres.

Como mi primer parto fue tan precipitado, me llevaron directamente al paritorio sin pasar por la habitación. Curiosamente me tocó el mismo anestesista que la otra vez, pero la experiencia fue muy distinta. Tengo unas venas horribles, horribles de verdad, muy finas, muy profundas, y se colapsan con facilidad, pincharme a mi es de nota, soy el terror de las enfermeras. Siempre lo advierto, pero no suelen hacerme caso, hasta que les toca buscarme la vena, claro. La enfermera no fue capaz, la matrona menos, y le dejaron al anestesista la tarea de cogerme la vía. Yo no le recodaba así, pero fue borde, borde, borde, grosero y antipático a más no poder, conmigo, con la matrona y con la enfermera, que hasta me miraban entre ellas, no sé si porque es así siempre, o la otra vez tuve suerte, o porque estaba de mala hostia por tener que trabajar un día festivo, pero el caso es que no pudo ser más desagradable. Le dije que mis venas eran muy malas, pero pasó, y claro cuando empezó a palpar se cagó en todo, pero ni cortó ni perezoso cogió una aguja y me pinchó así sin más, como si entrara a matar en Las Ventas, haciéndome un daño horroroso, grité, y me dijo literalmente que era una quejica y una floja, por supuesto, no cogió la vía en ese intento, pero del pinchazo comenzó a salir sangre a borbotones, que la matrona trató de parar. Me mareé, no olvidemos que estaba de parto y con contracciones, la matrona me tumbó para mofa del anestesista, algo muy profesional por su parte. Tuvo que intentarlo al menos dos veces más, hasta que lo consiguió. Luego al ponerme la epidural me hizo muchísimo daño, más del normal, lo sé porque ya me la habían puesto otra vez, y precisamente este mismo anestesista, cierto es que me la puso bien porque luego no tuve ni dolor de espalda ni de cabeza, pero contra me hizo mucho daño. Y claro como me queje, vamos di un grito, siguió con lo de que floja, y no sé cuantas cosas más, de hecho así se fue del paritorio.

Sin comentarios.

Con la epidural puesta, llegó mi ginecólogo, todo un alivio verle. Como mi primer parto fue precipitado, me había dado su móvil para que le llamase cuando estuviera de parto, todo un detalle. Todos esperábamos que el segundo parto fuera incluso más sencillo que el primero, pero no fue así. Dilaté rápido, pero el bebé no bajaba, no bajaba, y esperamos. Entró en bradicardia sostenida, vamos, que se le paró el corazón, el médico metió la mano, algo le impedía bajar y cuando lo intentaba se le paraba el corazón. Me pararon las contracciones con un medicamento que me provocó taquicardia y fuertes temblores (me lo advirtieron antes) y vivimos unos momentos muy tensos en el paritorio. Lo bajó al canal del parto con la ventosa (cuando la vi, casí me da algo), pero no salía. Al final le dijo a la comadrona se subiera y me metiera el codo, a mi que empujara cuando me dijera como si me fuera la vida en ello, y le pidió a la enfermera los forceps, porque tenía que sacarlo ya. Y así salió. Venía de cara, por eso no bajaba, y con doble vuelta de cordón, por eso se le paraba el corazón. El médico me dijo que porque era el segundo y yo era buena paridora, sino ni intenta lo de los forceps y nos íbamos directamente a cesárea. Hasta la placenta tardó en salir, no fue desde luego un parto fácil. Me dieron yo que sé cuantos puntos.

Pero después de tantas idas y venidas, mi bebé estaba en el mundo, y estaba bien.

Y de ahí a la habitación, que alegría me dió llegar.

Los días siguientes fueron muy distintos a los transcurridos con mi primer hijo, en primer lugar, no vino a verme casi nadie. Con el primero la habitación parecía una estación de metro, al segundo casi no fue nadie a verle, hasta el punto de que yo en determinados momentos me sentí muy sola. Sé que hay mujeres que no quieren visitas, bien, pues se pregunta a la madre y ya está, no se dan las cosas por supuesto. Tampoco tuve flores, ni apenas regalos, cuando con mi primer hijo, mi padre y mi marido tuvieron que hacer varios viajes a casa para ir llevando cosas... en fin que triste. De hecho, es la fecha (y han pasado muchos meses) que hay mucha gente que aún no ha venido a conocer a mi bebé.

Los puntos me dolían, mucho, y me medicaron para que no me quedara en cama, el riesgo de trombosis era aún más alto ahora y se me disparó la tensión. Me dieron el alta con 14/9, e instrucciones de vigilancia en casa. A los pocos días me tuvo que llevar mi marido a urgencias porque llegué a los 16, afortunadamente tras un par de semanas comenzó a bajar.


Ya estaba en casa con mi bebé. Pero el segundo postparto ya lo cuento otro día.